jueves, 5 de diciembre de 2013

La Maldición del Espejo (Relato)

La Maldición del Espejo

De pequeño había aprendido a alejarse de los espejos, no así de superficies reflectantes opacas o que distorsionaran la imagen, no, el problema eran los espejos donde la imagen era lo suficientemente nítida para verlo.


Pasó el tiempo desde el colegio hasta el liceo, donde tuvo que dejar inconclusos sus estudios y ponerse a trabajar, ocultándose de su reflejo. No duraba mucho en los trabajos que conseguía así que, cada vez que llegaba a uno nuevo se dedicaba a buscar espejos durante el primer día, y evitaba pasar por lugares donde encontraba uno.

Su apariencia dejaba mucho que desear, como no miraba un espejo su barba era desaliñada y dispareja, era muy bueno para dormir y por ello siempre tenía lagañas (legañas) . Estaba claramente pasado de peso y rara vez su camisa tenía algo que ver con los tonos del resto de su ropa.



Esa noche cuando llegó a casa hizo su ritual nocturno, prendió el televisor, lo dejo sonar y se sirvió una cerveza mientras mascaba un trozo de pollo frío que había quedado de ayer. Tenía trabajo que hacer, el jefe le había pedido que preparara un informe, sin embargo la noche aún era joven y el podía hacerlo en la mañana poco antes de ir a trabajar.

Ahí fue cuando pasó.

Mientras dormitaba una película algo le entro al ojo, una pestaña de seguro. El problema era que le molestaba mucho y pasaban los minutos sin poder sacarla (difícil tarea sin usar un espejo)

Él sabía lo que iba a pasar, tendría que ir a el espejo.
Tenía uno guardado en el armario, el único en toda su casa.

Tras sacarlo de la caja, todavía con el ojo llorando, lo puso en la cama boca abajo y se respiró hondo. Había pasado un año desde el último incidente y le costo meses y muchos tragos olvidar la sensación que tuvo cuando lo vio a él.

Y es que su aflicción lo aterraba, nunca supo el cómo o porqué pero algo se había apoderado de su reflejo. Recordaba de pequeño historias de su abuela donde demonios y diablos se anclaban a las almas y vivían parasitariamente de sus miedos.

Y eso precisamente era lo que pasaba, éste ser distorsionaba su imagen en los espejos y le mostraba mentiras horribles. A veces eso si, la imagen que mostraba era tan real que le entraba pánico, solo el repetirse reiteradamente que era una treta lo volvía a sus cabales.

Ya el ojo le dolía cuando se armó se valor y se dispuso a mirarse. Se convenció que lo que vería era una falacia, un engaño. Y ese pensamiento lo tranquilizo, en parte.

Dio vuelta el espejo y ocurrió lo que esperaba. Tuvo el impulso de lanzarlo contra la pared pero se contuvo. Mientras observaba, se repetía una y otra vez que era una mentira, solo una ilusión.

Su corazón latía a mil mientras sudaba frío y es que la imagen que apareció era particularmente grotesca.

Mostraba un hombre joven envejecido y cansino, que llevaba el pelo alborotado y una barba descuidada más larga de un lado que el otro. Tenía unas ojeras enormes y se podía apreciar claramente que estaba obeso, además vestía un polerón con un estúpido pato amarillo chillon estampado en el centro.

Pero lo que más le repugnaba de aquella imagen , era que aquel hombre cansado había desperdiciado todo su futuro, que jamás se había esforzado realmente por nada y que estaba condenado a pasar sus días en la más completa mediocridad.

Finalmente logró sacarse la pestaña del ojo ya irritado, miro por última vez el espejo y dijo:

Solo una ilusión...

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